El gran día había llegado. Hoy la llevarían por primera vez a la escuela.
Quiso vestirse ella solita y por supuesto, se puso sus zapatos rojos, que eran sus favoritos. Aún no sabía peinarse, así que la peinaron con dos coletas. Estaba nerviosa y tenía miedo, pero se lo aguantaba.
Cuando la dejaron en aquel enorme portón y se alejaron, al verse rodeada de tanta gente desconocida y extraña, en un enorme lugar, también desconocido, le temblaron un poco las piernas. Respiró profundo y avanzó, dando pequeños pasos. Se prometió a si misma que no lloraría. Una maestra la condujo a lo que sería su salón. Se sentó hasta atrás y durante toda la mañana, evitó cruzar mirada con los otros niños. Estaba aterrada, sin embargo, quería parecer valiente.
Unas horas después, sonó la campana y salieron al receso. Había un enorme patio y jardín. Ella fue a refugiarse a un rincón, donde había un gran árbol y muchas plantas. Se aseguró que nadie la viera, y dejó que las lágrimas sostenidas durante toda la mañana, rodaran por sus mejillas. No lo escuchó, ni lo vió venir, sólo sintió una mano, limpiándole las lágrimas, mientras la otra mano, tomaba una de las suyas y le decía: "no llores, yo voy a cuidarte, nunca vas a estar sola".
Al girar su cabeza, vio unos hermosos ojos, en una linda carita, iluminada por una gran sonrisa. ¡Y llevaba puestos unos tenis rojos!. Una inmensa paz la invadió.
Se volvieron inseparables desde ese día. Jugaban, reían, aprendían y soñaban, juntos. Adoraba ir a la escuela. Él se había convertido en su mejor amigo. "Me gusta mucho la Luna", él le había contado, un viernes, mientras esperaban a la salida de clases, que los recogieran. "Cuando me siento solo, le platico, para que cuando tú la veas, te de mis mensajes, y así, es como si estuviéramos juntos, platicando y jugando". Llegaron primero por él, como siempre, pero no era alguno de sus padres quienes lo recogían, era su nana. Fue la última vez que lo vió.
Llegó el lunes, y él nunca llegó. Ni al día siguiente. Escuchó a las maestras comentar que tal vez estaba enfermo. Pensó mucho en él, deseando se recuperara pronto y fuera a la escuela, lo extrañaba mucho. Por la noche buscó a la Luna, para pedirle que le dijera que lo estaba esperando.
Esa noche, tuvo pesadillas, le empezó a doler mucho el pecho y la panza. Soñó con él, le decía que nunca estaría sola, y que pronto regresaría a cuidarla, pero lo veía alejándose, cada vez más. Por la mañana no quiso ir a la escuela. Se negó rotundamente. Sus papás le dieron una fuerte nalgada, le dijeron que bastaba de rabietas, que iría a la escuela y PUNTO.
En cuanto entró a la escuela, vio a su maestra, la abrazó y se puso a llorar desconsoladamente. Tenía mucho miedo. La maestra la abrazó, mientras la llevaba a su salón, le dijo todo estaría bien. Pero no, no todo estaba bien. Él no estaba.
Cuando se acercaba la hora de la salida, vió que los padres de todos, habían llegado antes. Escuchó como la directora decía que Él, ya no volvería más a clases, y que las clases se suspenderían unos días, ya que no sabían aún si era contagioso. Su enfermedad era grave y no había sido detectada a tiempo, ya que sus padres viajaban constantemente. Él, casi siempre, estaba bajo el cuidado de su nana. Nunca lo llevó al médico.
Nunca antes, había escuchado hablar de la muerte. Tenía muchas preguntas, que nadie le contestó. Ella seguía viéndolo y hablando con él, cada noche, a través de la Luna en el cielo. Hasta que alguien se dió cuenta, y la regañó por ello. Él está muerto, le dijeron, y no está bien que hables con alguien que ya no está. Ella señalaba a una estrella, junto a la Luna y decía que ahí estaba él, junto a Dios. Nuevamente, fue fuertemente reprendida: "nunca mas vuelvas a decir eso, Dios no existe y PUNTO".
Ella creció, tratando de nunca pensar en él, porque era un recuerdo sumamente doloroso. Nunca pudo entender cómo pudo pasar eso, como nunca pudieron despedirse, porqué no lo habían llevado al médico antes, porqué sus padres lo dejaban siempre solo, porqué había perdido a su mejor amigo, porqué la había dejado sola, cuando le había prometido que nunca lo haría. Dejó de mencionar a Dios, dejó de hablar acerca de las veces, que en sus sueños, él venía a visitarla; y con el tiempo, incluso llegó a olvidarlo, sepultándolo en sus recuerdos; sin embargo, a escondidas, siguió hablándole siempre a la Luna...
Muchos años después, -cuando ella ya era grande-, lo conoció a Él, en una esquina. Su bello rostro, iluminado por una gran sonrisa y sus hermosos ojos profundos le resultaban de cierta manera, familiares, pero no sabía de dónde o cuándo.
No sabía porqué, pero a ella siempre le habían gustado los zapatos rojos. ¿Porqué Él le resultaba tan familiar?
Resolvió el misterio el día en que ella lo vió elegir y usar unos tenis rojos. Su corazón palpitó con alegría. En ese momento, su alma finalmente entendió.
... y su fe en Dios, recuperó.