Tantas veces he creído en ti,
Naná Kutsini...
¡tantas veces te he buscado
y con tu luz me he guiado!
He admirado tu cara plateada, que deslumbra,
en tus noches iluminadas,
he caminado silenciosamente, en penumbras,
en tus noches apagadas.
en tus noches iluminadas,
he caminado silenciosamente, en penumbras,
en tus noches apagadas.
que te dije estaba en paz?
Callando cualquier reproche,
una gran sonrisa surcó mi faz.
A Kinich Ahau enviaste,
para que mi camino cruzara
y el cielo iluminara,
con su brillante luz dorada.
Lentes oscuros Él llevaba,
cubriendo sus ojos profundos,
hermosos luceros,
que a su bello rostro enmarcaban.
Al clarear el día, del inframundo salía.
Tenía una cualidad:
pasear por el cielo debía,
llenándolo de vida y bondad.
Habrá sido su mirada irresistible,
quizá su corazón bondadoso,
tal vez su alma atormentada,
o sus brazos amorosos,
el roce de su piel
con mi piel,
o sus labios húmedos
besando los míos,
habrá sido el hilo rojo
o la flecha de cupido:
al amor se fue en arrojo
mi corazón derruido.
Al caer la noche,
él desaparecía.
Completamente desconcertada,
yo nada entendía.
Tiré piedras a su ventana,
esperando su rostro asomara.
Quise brindarle mi tiempo
y me quedé con su silencio.
Perlas cristalinas
resbalaron por mis mejillas,
mientras te buscaba desesperada,
esta noche desconcertada.
"Cierra los ojos
y presta atención,
deja que tu luz interna te guíe",
fue tu recomendación.
Al llegar la oscuridad,
al inframundo tiene que regresar.
Tiene que protegerse del fuego interno
que lo consume por amar.
Mientras tu,
Luna divina,
brillas a lo alto,
Él se convierte en jaguar.
Te imploro, Luna,
suaviza su luz impía,
que resurja el hombre que en el jaguar habita
y sepa cuánto lo ama el alma mía.
Ilustración: Nadia Van der Donk
Poesía: Jessica Soler • Junio 2018
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